sábado, 28 de julio de 2007

"Yo me siento chileno". Entrevista a Roberto Bolaño

Marcelo Soto
en Qué Pasa, 20-27 de julio de 1998





En varios artículos publicados en la prensa nacional se ha presentado a Roberto Bolaño (45) como "un escritor chileno que triunfa en España". "Una exageración total", según este autor que no se toma en serio, cultor de un humor muy negro y que vive en Blanes, un pueblo costero de 20 mil habitantes cerca de Barcelona. Bolaño no es un best-seller, pero goza de la admiración de la crítica española. Ahora, tras 24 años sin pisar Chile, este novelista que comenzó como poeta y formó parte en México de los "infrarrealistas", está siendo reconocido por los críticos nacionales. Su libro Llamadas telefónicas (Anagrama) acaba de recibir el Premio Municipal de Literatura de Santiago mención cuento. La obra de Bolaño nada tiene que ver con la que publican autores de su edad en Chile. Admirador de Borges y Cortázar, su prosa está poblada de bromas, juegos de palabras, autores falsos, personajes que van y vienen. A menudo descoloca al lector con frases como "a partir de aquí mi relato se nutrirá básicamente de conjeturas", que aparece en la página 29 de Estrella distante. Esta novela, sobre un poeta fascista que escribe versos en el cielo, es en realidad una extensión del último capítulo de su libro La literatura nazi en América, donde retrata a diversos escritores afines a Hitler. Ahí están sus bibliografías completas, sus vidas privadas y sus sueños. Todo inventado, por supuesto. Su próxima novela, que lanzará en septiembre, la califica de "suicida". Se llama Los detectives salvajes, tiene más de 700 páginas y en ella reaparecen personajes como Alvaro Bolaño, de Llamadas telefónicas, y el policía Abel Romero, de Estrella distante. Bromista y desenfadado, Bolaño no parece orgulloso de sus logros literarios. Prefiere recordar viejas anécdotas de su infancia en Chile. "En 1962, vivía en Quilpué, a 50 metros de donde estaba alojada la selección brasileña; conocí a Pelé, a Garrincha, a Vavá. Recuerdo por ejemplo que Vavá me tiró un penalty y se lo atajé. Y para mí es la mayor hazaña que he hecho. ¡Le atajé un penal a Vavá!".



¿Cómo recibe este premio? Algunos críticos chilenos han dicho que es el escritor más promisorio de su generación.
Me parece generoso, pero a los 45 años ya nadie es el escritor más promisorio de nada; el ser un escritor promisorio es algo que se suele decir cuando uno tiene 18 ó 20 años. Me llena de agradecimiento porque si me encuentran promisorio debe querer decir que aún tengo remedio, que no todo está perdido.

En sus libros hay muchas trampas o bromas literarias. Por ejemplo, el personaje final de Literatura nazi en América, Ramírez Hoffman, aparece de nuevo en Estrella distante, con el nombre de Wieder, que en alemán quiere decir "otra vez".
En realidad, son pequeñas bromas que me hago a mí mismo para sobrellevar las horas de escritura, que suelen ser muy laboriosas e incluso aburridas. Es simplemente para soportar la soledad de la computadora y también porque concibo, de una manera muy humilde, la totalidad de mi obra en prosa e incluso alguna parte de mi poesía como un todo. Un todo no sólo estilístico, sino también un todo argumental, los personajes están dialogando continuamente entre ellos y están apareciendo y desapareciendo.

La idea de hablar de autores que no existen e inventarles toda una vida y una bibliografía, ¿la tomó de Borges?
No. En realidad, Borges la toma también de otros autores, por ejemplo Alfonso Reyes; de hecho, es el maestro de Borges, tiene un libro maravilloso sobre esto, Retratos reales e imaginarios, y a su vez, Reyes la toma de Marcel Schwob, Vidas imaginarias.

¿Por qué quiso escribir sobre autores nazis americanos? ¿Conoció a alguno? ¿O ve alguna relación entre las vanguardias literarias y la extrema derecha?
No he tenido la desgracia de conocer a ninguno. Pero el origen de ese libro, creo que está en una conversación que tuve hace muchísimos años con un chileno, cuando todavía estaba Pinochet en el gobierno, le pregunté si en Chile había una literatura pinochetista y él me dijo que no, y a partir de allí me puse a pensar en lo patéticamente divertido que podría llegar a ser esa literatura pinochetista. Por otra parte, yo creo que evidentemente existió, como en España hubo una literatura franquista, e incluso hay unos autores falangistas que no son malos del todo.

En Chile se hizo una lectura del personaje Wieder, de Estrella distante, que escribe versos en el aire, como una parodia a Raúl Zurita, que hizo algo similar en Nueva York. ¿Es una ironía?
No, tal vez inconscientemente... Cuando escribes, nunca sabes hasta dónde quieres llegar. Evidentemente, Zurita nunca se ha subido a pilotar un avión. Sé lo que hizo en el cielo de Nueva York, pero él pagó para que lo hicieran. La diferencia fundamental con Wieder es que Wieder es piloto y además es un muy buen piloto.

Pero al momento de escribir, ¿pensó o no en Zurita?
Yo sabía que Zurita había hecho eso. Lo que pasa es que el sueño del piloto que escribe artículos de la Biblia en el cielo, es un sueño que tuve hace muchísimo tiempo, pero si yo digo que vi a Wieder escribiendo versículos en el aire antes de que Zurita contratara sus aviones neoyorquinos para escribir aquella frase, no me va a creer nadie y tampoco tiene la menor importancia, porque no creo que mi novela se sustente en eso. Mi discurso no tiene absolutamente nada que ver con el discurso de Zurita. Soy una persona no mesiánica.

¿Zurita le parece mesiánico?
Zurita me parece absolutamente mesiánico. En sus referencias a Dios, a la resurrección de Chile; él en su poesía busca la salvación de Chile, que supone va a llegar mediante claves místicas o no racionales. Zurita le da la espalda a la ilustración e intenta, formalmente, llegar a la raíz primigenia del hombre. Poéticamente, resulta muy seductor, pero yo la verdad es que no creo en esas escatologías.

Borges y Cortázar son sus grandes lecturas. ¿Hay algún escritor chileno que haya sido importante en su formación?
Sobre todo Enrique Lihn. Él es el gran poeta de los últimos años en Chile y uno de los grandes poetas de la lengua española. Lihn hace exactamente la poesía que yo opondría, si llegara el caso, a la de Zurita. Por lo demás, pueden coexistir perfectamente ambas y es bueno que haya líneas diferentes. Lihn es un poeta absolutamente ciudadano.

Usted tuvo una intensa correspondencia con Lihn, a principios de los '80...
Una corta correspondencia, pero muy importante para mí. Sobre todo, el que un hombre a quien yo admiraba tanto se dignara a contestar mis cartas. En ellas se despachaba contra todos y contra todo. Lihn tenía una lengua afiladísima. No había absolutamente nada que escapara a su crítica.

El otro poeta importante de esa generación es Jorge Teillier, quien decía que un artista, antes que nada, debe vivir poéticamente. ¿Está de acuerdo?
Yo creo que la vida de todos los seres humanos es de alguna manera su novela y su poema. No se puede vivir con miedo. Teillier lo decía en ese sentido. Por supuesto, un poeta no puede parecer un director de banco, eso es una barbaridad, un poeta ha de vivir como poeta las 24 horas del día.

Un poco lo que decía Huidobro: seré un gran hombre, es decir, un poeta o un criminal, jamás un político. ¿Alguna vez pensó en tomar un camino al margen de la ley?
No en un momento, sino en muchos momentos de mi vida. He tenido una vida de exiliado y el estar en países donde eres extranjero, con todo lo que eso conlleva, las dificultades para trabajar... Hay momentos en que vives muy mal y ves muy de cerca ese otro lado. Pero el crimen es aún mucho más trabajoso que la escritura y yo soy básicamente una persona perezosa. Ser criminal realmente cuesta muchísimo. De lo que sí he estado cerca es de la mendicidad. El crimen lo he visto desde lejos, pero la mendicidad, la inopia absoluta, la he visto de muy cerca.

Sus novelas dan la impresión de que fueron escritas sin esfuerzo. ¿Le resulta fácil escribir o es de aquellos escritores que revisan cada coma, cada palabra?
Las dos cosas. Me resulta muy fácil escribir, pero luego reviso muchísimo. Lo peor de todo es que siempre quedo con la sensación de que lo he hecho mal. Parece que es algo que les sucede a todos los escritores. Los vericuetos del idioma son tan grandes, además en ese aspecto yo he tenido una pequeña ventaja que es el de vivir, al menos durante mucho tiempo, en tres países con tres castellanos que tienen algunas diferencias entre sí, como el castellano de Chile, el de México y el de España. Entonces, a veces me hago un lío bestial y pongo mexicanismos donde no debe haberlos, o chilenismos.

¿Tras 24 años sin pisar Chile, aún usa chilenismos?
Me quedan muchos. Para mí, los mejores insultos que he conocido son los mexicanos; sin embargo, yo que conozco muy bien toda la gama de insultos mexicanos, las contadísimas ocasiones en que me veo obligado a insultar o a blasfemar, pues, lo hago a la chilena.

Su hijo se llama Lautaro, lo que de algún modo refleja su afecto por Chile.
Yo me siento chileno. Es decir, no me siento de ningún país, pero sé que soy chileno porque tengo un pasaporte chileno y tengo una única nacionalidad que es la chilena. He leído cosas que me han llegado de Chile donde se dice que difícilmente se me podría considerar chileno. Bueno, si no me quieren considerar chileno, allá ellos. Los españoles tampoco me consideran español y los mexicanos tampoco me consideran mexicano.

Aquí se ha hablado mucho de la nueva narrativa chilena, a la cual usted también pertenecería por un asunto de edad. ¿Cuál es su relación con estos autores?
Ninguna. De Fuguet leí una cosa hace poco, Por favor, rebobinar. No es la literatura que a mí me ponga a bailar de emoción, pero está bien. Me da la impresión de que a Fuguet se le escapa la historia. Ahora estaba leyendo una novela de un tal Carlos Franz, El lugar donde estuvo el paraíso, aún no la he terminado y me parece bastante bien.

Su nuevo libro, Los detectives salvajes, tiene más de 700 páginas, algo inesperado en un autor cuyas novelas son generalmente cortas.
Los detectives salvajes es una novela muy grande que seguramente me acarreará toda clase de odios. La forma de la novela pedía esa extensión. A propósito, yo sé que mis novelas en Chile son muy caras, y ésta me imagino que va a costar un dineral comprarla. Por eso les aconsejo a mis pocos, pero fieles lectores, que las roben.

¿No le importa perder los derechos de autor?
En lo más mínimo. Además, no pierdo los derechos de autor; el que pierde es el librero.















miércoles, 25 de julio de 2007

Una bárbara y destructiva estela

José Antonio Ugalde







La quinta novela del chileno Roberto Bolaño, afincado en España, se alinea de forma muy personal en el género temático de las pesquisas en torno a la personalidad de un personaje carismático, envuelto en brumas legendarias. Más exactamente, pertenece al subgénero de la indagación en la obra o en la vida de un escritor desaparecido o misterioso, que con distintas intenciones han frecuentado entre otros Henry James o Borges.

Estrella distante investiga la figura de Carlos Wieder, aviador y supuesto poeta que adquiere tenebrosa celebridad escribiendo amenazadoras proclamas de tono bíblico con el humo de su avión en el firmamento de Santiago de Chile y exponiendo las fotos tomadas a quienes torturó y ejecutó durante el golpe de Pinochet en un alarde de action-art.

Tras convertirse en miembro destacado e infernal de la vanguardia estética chilena, Wieder desaparece y el narrador y otros personajes que le conocieron rastrean su bárbara y destructiva estela a través de una enredada madeja de grupos y revistas literarias clandestinas americanas y europeas. La pesquisa de Bolaño, literaria y detectivesca a la vez, examina los destinos y propuestas de una heteróclita hueste de creadores, algunos reales, la mayoría imaginarios, marcados por la desmesura grotesca, la burla marginal, la destructividad nihilista o el sueño post-surrealista de convertir la literatura en vida y la vida en literatura. Esta pesquisa no es neutra, está dirigida por un irónico y persistente ánimo crítico.

Bolaño se desenvuelve de modo divertido, inteligente y sarcástico en esa vertiente literaria que es juego de espejos entre verdad y mixtificación, entre realidad e ilusión, entre hechos y conjeturas, entre personajes apócrifos e históricos. Pero nunca pierde de vista que hay juegos poéticos y juegos criminales. Ampliación del último capítulo de su anterior novela, significativamente titulada La literatura nazi en América, en Estrella distante hay constantes indicios de la referida discriminación. Juan Stein y Diego Soto, directores de los dos talleres literarios de Santiago de Chile están en las antípodas del cerril Nicasio Ibacache, ciegamente fascinado por la obra de Wieder. Lorenzo, la acróbata ermitaña, es un gran artista aunque escribe y pinta con los pies porque perdió sus brazos en un accidente y nada tiene que ver con la pintora ultraderechista Rebeca Vivar Vivanco. También hay diferencias entre los rasgos de humor y las torpezas descabelladas que mezclan las revistas y fanzines en los que aparece y vuelve a perderse la pista de Wieder.

En las secuencias finales, se alude a Bruno Schultz, el autor polaco asesinado por un nazi, en quien se intuye la personalidad inversa de un Wieder siempre “dueño de sí mismo”. El narrador afirma “para mí Carlos Wieder era un criminal, no un poeta” y acto seguido colabora en el descubrimiento y desenlace del fugitivo. Pues bien, a pesar de estos reveladores indicios, algún crítico ha quedado prendado, no de Bolaño, sino de su destructivo y genial poeta inventado, apoyándose en una de las opiniones del personaje: “...nadie, absolutamente nadie, puede erigirse en juez de esa literatura menor que nace en la mofa, que se desarrolla en la mofa, que muere en la mofa”. Pero, Wieder no tiene intención burlesca alguna, su disgresión estética es el mero pretexto de un frío asesino que se cree en el derecho de serlo impunemente y por eso el autor dicta sentencia y la ejecuta de forma inexorable. Hacer pivotar el libro de Bolaño sobre la dudosa luz de la citada frase, equivale a tergiversar obtusamente su intención frontalmente opuesta a quienes se atrincheran en la injustificable pretensión de otorgar a la excentricidad literaria (¿por qué sólo a ella?) el derecho de eludir cualquier enjuiciamiento estético y/o ético.














martes, 17 de julio de 2007

Cesárea Tinajero, según Amadeo Salvatierra

México D. F.
Febrero de 1976






















Por supuesto que jamás la vi. A lo más hojeé un par de poemas, supuestamente suyos, en una revista que luego perdería a manos de unos vándalos.

En mi opinión fue una mentira, un mito, una invención descabellada o tal vez la necesidad de un grupo de poetas para autojustificar alguna acción o pensamiento determinado. Es conocido el gusto -la inseguridad, diría yo- que tienen algunos escritores por camuflarse o esconderse y firmar con seudónimos o nombres inventados. Incluso hay quien concibe personajes -con nacimiento, muerte, actividad y preferencias de toda índole- con tal de escabullirse y escapar del renglón más cercano a la superficie. Una cosa es escapar, la otra es esconderse. Hasta puede que haya sido la personalidad de alguno de ellos, nada más.

En este sentido, me parece que Cesárea Tinajero fue exactamente eso, un vicio, una farsa, una apariencia, igual que sus poemas.










miércoles, 11 de julio de 2007

Bolaño en la distancia

Enrique Vila Matas
Abril, 1999










El crítico Juan Antonio Masoliver ha escrito en La Vanguardia acerca de Los detectives salvajes, la novela de Roberto Bolaño: "propone un nuevo orden literario en el que entren Monterroso, Ibargüengoitia o Monsiváis. Sus lectores ideales serían Luis Maristany, Juan Villoro o Enrique Vila-Matas, es decir los defensores de la extravagancia".


Es posible —me digo ahora— que haya acertado al considerarme un lector idóneo para la novela de Bolaño. De hecho, me siento muy cercano a toda la obra del escritor chileno. Es posible incluso que sea el escritor que más se parece a mí, o viceversa: soy el escritor que más se parece a Bolaño. La causa tal vez resida en la a veces casi aplastante coincidencia en cuanto a gustos y rechazos literarios.

La verdad —si lo pienso bien— es que todo esto es muy nuevo y muy extraño para mí. Desde que empecé a escribir y a publicar, nunca que yo recuerde me he encontrado con algún escritor que me recordara a mí. Sólo en estos dos últimos años se ha producido este extraño fenómeno. Escribo esto y siento la repentina tentación de alejarme un poco de Bolaño. Me viene a la memoria el título de un bolero, y lo cambio ahora maliciosamente para escribir esto: Bolaño en la distancia.

Una precisión ahora en relación con lo de que soy un defensor de la extravagancia. Masoliver no está haciendo sólo referencia a que defienda yo la rareza literaria o lo excéntrico. Creo que no está hablando únicamente de esto. Más bien Masoliver está haciendo un guiño a un artículo que publiqué hace unos años en la prensa madrileña y en el que me hacía eco de unas palabras de Juan Villoro, que a su vez se hacía eco de otras palabras, las del escritor argentino César Aira, que bien podría ser también un lector ideal de Bolaño. Decía yo en este artículo: "Me entero por Juan Villoro de las palabras del escritor argentino César Aira que, en una reciente entrevista, se refiere al mito literario que domina nuestro fin de siglo, el del escritor gentleman, profesional, que no confunde los libros con su persona y desdeña el carisma como prolongación de la obra. Eduardo Mendoza, Muñoz Molina, Juan José Millás y Javier Marías, por ejemplo, ilustran a la perfección entre nosotros este modelo de fin de milenio. Están alejados de Gómez de la Serna, que recitaba desde el lomo de un elefante, o de Valle-Inclán, que se quejaba de que no le permitían subir al tranvía con dos leones".

A propósito de todo esto, Juan Villoro añadía por su cuenta: “En artes plásticas la figura del Gran Fantoche —la construcción de una personalidad deliberadamente engañosa— aún fue posible en Dalí o Warhol. En literatura hay que volver a la antigüedad de la bohemia para dar con quienes hicieron del descaro una estética y de la gestualidad una estrategia. Entre ellos el campeón absoluto es Valle-Inclán”.

Extravagancia, pues, entendida como la transformación de uno mismo en “un personaje literario”. Vida y literatura abrazadas como el toro al torero y componiendo una sola figura, un solo cuerpo. Algo así como aquello que le decía Kafka a Felice Bauer: “Mi manera de vivir está organizada únicamente en función de escribir”. O esto otro, también dirigido a la pobre Bauer: "No es que tenga una cierta tendencia a la literatura, es que soy literatura".

Extravagancia, por otra parte, entendida —se me ocurre ahora— como una militancia alegre en el mundo de los escritores que no quieren tener pasaporte: artistas del alma nómada, enemigos de los viajes obligados, que no siguen más rumbo que el de su propia estrella, aunque ésta sea distante como la estrella distante de Bolaño. Artistas que no quieren pasaporte alguno, como decía Jacques Audiberti de sí mismo. Y añadía: “Mejor no buscar./ Mejor lanzarse así, con la cabeza baja./ ¡Y que suceda!”.

Al artista del alma nómada que es Bolaño —del que ahora vuelvo a sentir la tentación de alejarme aún un poco más— los versos de Audiberti seguro que le acompañan a muchos lugares en su extravagancia radical: esa extravagancia que fluye serena a lo largo de las 447 páginas de Los detectives salvajes. Tengo con Bolaño una gran afinidad con todos esos seres errantes que aparecen en su novela: seres que a mí me parece que vagan en lugares extraños, en unas afueras que no poseen un interior, como astillas a la deriva supervivientes de un todo que nunca ha existido (las múltiples voces de la parte central del libro). Esas voces yo diría que son astillas supervivientes extrañas a cualquier órbita —es decir, algo parecido a los volátiles del Beato Angélico que inmortalizara Antonio Tabucchi—, astillas que navegan en espacios familiares que, sin embargo, son de una geometría desconocida.

En Los detectives salvajes, a veces algunas de las voces de la parte central me han parecido ya no sólo extravagantes sino excéntricas a sí mismas, prófugas incluso de la idea bolañiana —un adjetivo, por cierto, de nuevo cuño— que las pensó. Y una causa más que posible de que esto ocurra reside en el impresionante trabajo de Bolaño sobre el lenguaje. De esta novela tal vez lo más deslumbrante sea ese trabajo de lenguaje, la cantidad de diferentes registros de voces que Bolaño va acumulando. Hay una extensa y brillante utilización semántica de las diversas voces que en la parte central de la novela intervienen a modo de testimonio azaroso del misterioso destino de los dos protagonistas, de los dos detectives salvajes, Arturo Belano y Ulises Lima. Esas voces o testimonios emitidos por los más diversos personajes en fechas y lugares muy alejados, de 1976 a 1996, pertenecen a lenguajes muy diversos: coloquiales o intelectuales, españoles o mexicanos. Estamos ante un efervescente magma lingüístico de una gran variedad. Sólo ya por la exhibición de dominio de tantos registros lingüísticos, la novela de Bolaño merece ocupar un lugar destacado en la narrativa contemporánea. Es tan soberbio el trabajo de lenguaje de Bolaño que este escritor se me aparece como un claro extraterritorial dotado de puntos de vista convincentes respecto al desorden del Universo y la manera de transformarlo en materia narrativa.

Yo diría que el autor de Los detectives salvajes ve el mundo como un complicado sistema de relaciones, que es producto a la vez de múltiples sistemas interrelacionados. Es decir que ve el mundo de un modo más o menos parecido a —por citar a un gran escritor que seguro que Bolaño admira— como lo veía Carlo Emilio Gadda.

Es muy probable, por tanto, que Bolaño pertenezca a la familia literaria que reúne Italo Calvino en torno a una de sus propuestas para el próximo milenio: la de la multiplicidad.

Escribo esto y respiro aliviado y me distancio un poco más de Bolaño. No somos —ahora me doy cuenta— ni mucho menos tan parecidos como creía que lo éramos. Yo más bien soy un escritor de otra sección del libro de Italo Calvino. Yo más bien fatigo los anaqueles de los escritores de la levedad.

No está mal, vuelvo a respirar aliviado. Cada vez tengo a Bolaño a más distancia. Ahora lo veo muy claro: para Bolaño, artista del alma nómada y aficionado a la multiplicidad (en lo primero coincidimos, en lo segundo no tanto), el hombre se halla en el centro de todos esos múltiples sistemas interrelacionados de los que he hablado. Y sospecho que, para él, ese hombre se erige en su doloroso paradigma. (De hecho, Los detectives salvajes es una inteligente alegoría del destino humano). Creo que el artista de la multiplicidad que es Bolaño sabe que lo único que puede hacer el individuo para asimilar el caos que lo envuelve y que refleja en su propia naturaleza consiste en abrir bien los ojos y tratar de registrarlo todo para luego intentar ordenarlo. Pero está claro que un hallazgo le conduce a otro y que estamos ante aquella flaca que pintaba a una gorda que a su vez pintaba a una flaca que pintaba a una gorda que pintaba a una flaca, y así hasta el infinito, palabra que, por cierto, conoce muy bien Bolaño, que sabe que el infinito es cierto, tan cierto como infinitos son los ruidos de los vecinos.

Algo ahora sobre los ruidos de los vecinos: un texto del ya citado Carlo Emilio Gadda está dedicado a la tecnología de la construcción, que desde la adopción del cemento armado y de los ladrillos huecos ya no preserva las casas del calor y de los ruidos. Gadda se extiende en este texto de una forma que revela en él a un gran maniático: se dedica a hacer una minuciosa descripción grotesca de su vida en un edificio moderno y de su obsesión por todos los ruidos de los vecinos que llegan a sus oídos.

En Los detectives salvajes las múltiples voces o ruidos de los vecinos de las historias de Arturo Belano y Ulises Lima parecen inagotables. De hecho, esta novela tiene una estructura que tiende a lo infinito, a algo tan infinito como el intento de reproducción de Gadda de todos los ruidos de sus vecinos. Cualquiera, además, que sea la historia que los mismos testigos de la misma cuentan, el discurso siempre se ensancha y se ensancha para abarcar horizontes cada vez más vastos, y si pudiera seguir desarrollándose en todas direcciones llegaría a abarcar el universo entero.

En el Bolaño de Los detectives salvajes hay algo de desesperación maniática. Escribo esto y me pregunto si en realidad el desesperado maniático no seré yo. Quería hablar con la máxima agilidad de la extravagancia y del efervescente magma lingüístico de la novela de Bolaño para poder pasar rápidamente al tercer apartado interesante de este libro —el de la estructura originalísima— y ahora me doy cuenta de que llevo ya cinco folios y que el desesperado maniático soy yo, que escribiendo sobre Bolaño me he convertido en un escritor del casillero calviniano de la multiplicidad.

Lo que son las cosas. He vuelto a acercarme a Bolaño. Creía haberme distanciado algo de él, pero vuelvo a estar muy cerca. Drama. Al escribir la primera línea de este comentario al libro de Bolaño me había propuesto ser ágil, seguir la estela de aquello que siempre persiguió Leopardi —me refiero a su deseo de quitar al lenguaje su peso hasta que se asemejara a la luz lunar— y sin embargo heme aquí convertido en un hombre que ha quedado enredado en el mundo de la multiplicidad de Bolaño, ese escritor que ve el mundo como un enredo, una maraña o un ovillo.

Drama. Al querer alejarme de Bolaño he acabado acercándome aún más a él. Me queda una última oportunidad o tentativa para desenredarme del ovillo de mis divagaciones sobre Los detectives salvajes: comentar con rapidez la original estructura del libro. Veamos. Una leve intriga —lo único leve del libro: las investigaciones de Ulises Lima y Arturo Belano acerca de una escritora desaparecida hace tiempo en el desierto mexicano de Sonora— sirve de telón de fondo o de pretexto para presentar la historia, a lo largo de veinte años, de una serie de poetas vanguardistas mexicanos. El diario de uno de ellos abre y cierra el libro. El ingenuo diarista tiene una voz con ecos del protagonista de La aventura de un fotógrafo en La Plata de Bioy Casares (uno de los autores más familiares al mundo literario de Bolaño). Entre ese diario que abre y cierra el libro —que es en definitiva, según se nos dice en el texto, “una historia de poetas perdidos y de revistas perdidas y de obras sobre cuya existencia nadie conocía una palabra”—, la historia de una generación —la mía y la de Bolaño y que, por nombrarla de alguna forma, podríamos llamarla “la generación de Mayo del 68”—, una generación desastrosa —como muy bien él y yo sabemos—, una generación deplorable que a sus supervivientes los ha dejado —nos ha dejado— “confundidos a todos en un mismo fracaso” y que conserva sin embargo cierta dosis de humor y melancolía, lo que no deja de ser un desastre añadido al desastre general... En fin, entre ese diario que abre y cierra el libro, nos encontramos con 400 páginas —casi pues el libro entero— en el que el lector repara —lo diré con palabras del crítico Ignacio Echevarría: ...en que todas las voces, todas las palabras, todo el tiempo transcurrido durante el intermedio tiene el valor exacto de un instante de lucidez, de un pliegue (el subrayado es mío) abierto de pronto para que todos los personajes puedan ser contemplados en su común humanidad, y pueda deducirse así, del absurdo tragicómico de sus vidas no la constatación —escribe Bolaño— de nuestra ociosa culpabilidad sino la marca de nuestra milagrosa e inútil inocencia.Ese pliegue bien podría ser también una grieta, una brecha. El tema de Los detectives salvajes bien podría ser una brecha, el mundo infernal de una generación agrietada, boca de sombra sibilina por la que habla el infierno. Me recuerda esa brecha a una que aparece en uno de mis libros preferidos, la novela vanguardista Petersburgo, de Andrei Biely, una de las cuatro mejores novelas del siglo según Nabokov. En ella leemos: “Ignorado, insensible, privado de pronto de gravidez y de la percepción de su propio cuerpo, el senador Apolón Apolonovich elevó la vista; sus sentidos no podían dar fe de que había elevado la vista hacia el parietal y vio que no tenía parietal; allí donde el cerebro está cubierto de recios huesos, donde ya no hay visión, allí Apolón Apolonovich sólo vio en Apolón Apolonovich un boquete redondo (en lugar del parietal); el boquete era un redondel azul; en este momento fatídico [...], algo, con un rugido semejante al del viento en la chimenea, succionó rápidamente la conciencia a través del boquete azul del parietal: hacia más allá del infinito”.

La grieta —tema y bloque central de Los detectives salvajes— es un conjunto de cuatrocientos golpes o cuatrocientas páginas con una casi infinita participación de múltiples voces que comentan los trazos de las huellas de los dos detectives salvajes y a la vez comentan cómo lo desastroso se instaló en el centro de gravedad de la historia de una generación extravagante. Los detectives salvajes —vista así— bien podría ser el boquete azul de un parietal trágico, la historia cómica de una brecha: una novela que bien podría ser —ahí donde la ven— una fisura, una rotura muy importante para lo que hasta ahora ha ido haciendo una generación de novelistas: un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar y de la que Los detectives salvajes bien podría ser su revés, en el amplio sentido de la palabra revés. Los detectives salvajes —vista así— sería una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio. Los detectives salvajes es, por otra parte, mi propia brecha; es una novela que me ha obligado a replantearme aspectos de mi propia narrativa. Y es también una novela que me ha infundido ánimos para continuar escribiendo, incluso para rescatar lo mejor que había en mí cuando empecé a escribir.

Decir esto me ha llevado a sentirme de pronto más cerca que nunca de Bolaño. Será prudente que vuelva a alejarme algo de él. Me acerco, me alejo, parezco encontrarme en un círculo infernal en el desierto de Sonora cuando viene de pronto en mi auxilio un verso de Goethe, que un personaje de la novela de Bolaño, Jordi Llovet, me enseñó ayer a pronunciar en correcto alemán: Alles Nahe werde fern. Es decir, “Todo lo cercano se aleja”. Goethe lo escribió refiriéndose al crepúsculo de la tarde. Todo lo cercano se aleja, es verdad, tengo que pensar que es verdad. De nuevo, respiro aliviado. Goethe me ha permitido volver a alejarme algo de Bolaño. Sólo así, además, mi generación desastrosa, en su crepúsculo hoy hundida, podrá volver a resurgir. ¿Y por qué no pensar que Los detectives salvajes tiene algo de la literatura por venir? Con esta pregunta cierro estas líneas sobre Bolaño. La verdad es que la pregunta la he formulado por mi propio bien, la he formulado para amar y odiar al mismo tiempo su novela; la he formulado para acercarme lo máximo posible al mundo de Bolaño y así de una vez por todas poder alejarme y hacerlo a ser posible en el crepúsculo de esta misma tarde en la que ya para mí todo lo cercano se está alejando, y lo que han sido unas cuantas palabras sobre el mundo novelesco de Bolaño ya no son ahora más que el boquete azul de mi parietal trágico, también el parietal de Arturo Belano (con las mismas letras de Belano puede escribirse la palabra “nobela”), ese personaje que, al igual que tantos otros en Los detectives salvajes, camina hacia atrás, “de espaldas, mirando un punto pero alejándose de él en línea recta hacia lo desconocido”, tal vez hacia un infinito limitado, allí donde todo lo cercano se aleja para luego volver a acercarse. En fin, que ahora me voy de Bolaño, pero me quedo, pero me voy, pero me quedo. En fin, ese tipo de relación literaria entre Bolaño y yo que parece haber dispuesto para los dos y para siempre un destino común. Habrá que desafiar a ese destino cuanto antes. La experiencia dice que no hay dos caminos iguales. Opto por decir una frase que Bolaño ya no podrá decir nunca, es mi desesperada forma de emprender a última hora la búsqueda de un destino diferente al suyo. Escribo esto: “Tu escepticismo, Bolaño, es el principio de la fe”. Y esta vez sí que me voy. Lejos queda el pasado, todo está por venir, atrás para siempre han quedado nuestros destinos gemelos. En cuanto a los presagios, ya decía Wilde que simplemente no existen. El destino no manda heraldos. Es demasiado sabio o cruel para hacerlo. Por eso ahora me voy. Pero me quedo.













domingo, 8 de julio de 2007

El copiloto del Impala

Juan Villoro
La Jornada Semanal, 18 de julio de 1999







Roberto Bolaño acaba de ganar el Premio Rómulo Gallegos con Los detectives salvajes. Construida al modo de un estadio donde la gente entra y sale sin tregua, la novela es una marea de historias, Las mil y una noches de una generación adicta a los paraísos artificiales de la poesía y del tequila blanco. Esta saga inconmensurable dura 609 páginas pero podría abarcar una biblioteca concéntrica; en rigor, no termina: se disipa tras una última ventana. Con un oído atento a los giros y modismos que definen personalidades, Bolaño congrega a un coro de mexicanos, chilenos y españoles que conocieron a Ulises Lima y Arturo Belano, los detectives literarios que a fines de los setenta se lanzaron en busca de la poeta Césarea Tinajero. La pesquisa dura dos décadas y pasa por las bodegas de un barco anclado en el Mediterráneo, las soledades del desierto de Sonora, bares de una Barcelona sin gloria y sórdidos departamentos de la Ciudad de México. En esta anti-novela de iniciación, las rutas son rigurosamente descendientes: "el poeta no muere, se hunde, pero no muere''. Como en el Popol Vuh o en Las cintas del sótano, de Bob Dylan, las flechas apuntan hacia abajo y proponen peldaños interiores.

Césarea, fundadora del movimiento visceral realista, atestiguó el crepúsculo de la Revolución Mexicana y desapareció sin otro legado que su leyenda y unos poemas hiper-herméticos que sus fieles interpretan como el non plus ultra de la vanguardia. Muchos años después, Lima y Belano siguen sus huellas. Retrato de una época, Los detectives salvajes ofrece un catálogo de formas para viajar al inframundo y cambiar la superficie, una vindicación y una sátira simultáneas de los enamorados de la modernidad que aceptaron la invitación al viaje de Valéry, recorrieron las carreteras de Kerouac y gritaron con Jim Morrison: “¡queremos el mundo y lo queremos ahora!”.

Para los mexicanos que frecuentaron talleres literarios en los años setenta, el caudal narrativo de Bolaño brinda el botín adicional de la lectura en clave. Monsiváis y Paz aparecen como fantasmas rulfianos y una pléyade de poetas, editores, burócratas de la cultura y críticos menores adquieren nombres falsos y perdurable identidad. Arturo Belano es el alter ego de Roberto Bolaño, escritor chileno que vivió en México de 1968 a 1978, y Ulises Lima, protagonista absoluto del relato, es el poeta Mario Santiago. Los visceral realistas representan a los infrarrealistas, el grupo que alborotó nuestra república de las letras en los setenta. Pero Bolaño no levanta un acta ministerial de ese tiempo. En su pluma irónica, la pandilla en la que militó resulta absurda y entrañable, y el “enemigo” Octavio Paz se agranda como un chamán que recorre el Parque Hundido en una caminata que es un signo que es un viento entero.

Los detectives salvajes recupera un país único y espectral. En este sentido, estamos ante una de las más brillantes novelas mexicanas. Poco importa que alguno de nuestros presuntos paisanos diga “atasco” por “embotellamiento” o “guardabarros” en vez de “salpicadera”. A la distancia, Bolaño atesoró una patria memoriosa hasta convertirla en atributo de su imaginación. El resultado: un paisaje preciso y enrarecido, la descolocada veracidad de la ficción.

Un par de años antes de Los detectives salvajes, Bolaño publicó Estrella distante, novela breve sobre la represión en Chile. El protagonista es un aviador que escribe poemas efímeros con la cauda de su jet. Durante la dictadura se “sofistica” hasta concebir la tortura como una de las bellas artes. Dandy del horror, encarna un tema caro a George Steiner: la paradoja del genocida con espléndido gusto artístico y la imposibilidad de la estética para definir una moral. Metáfora del “artista heroico”, intoxicado de sí mismo, Estrella distante muestra el oprobio con escalofriante sofisticación. ¿Puede haber algo más avieso que compartir la atracción de lo inmundo? Por un momento, el lector es un voyeur del espanto. Sin consignas declamatorias, el libro dibuja un infierno excelso, una alegoría cuyo mérito es no parecerlo, al modo de En los acantilados de mármol, de Ernst Jünger.

Quizá el territorio “natural” de Bolaño sea el cuento. Después de décadas de escribir poesía, se facultó para contar historias tensas, que operan por alusión. En su volumen de relatos Llamadas telefónicas confirma la variedad de sus registros, su temple de escritor nómada, de la fugitiva estirpe de Caín, y escribe con igual fortuna la biografía de una actriz porno de Estados Unidos que un relato dialogado entre dos policías chilenos. No es casual que este cuentista de raza haya armado Los detectives salvajes como un maletín lleno de historias.

Bolaño vive en Blanes, el puerto donde se alza la primera roca de la Costa Brava. Ahí, las barcas llevan banderas del Español o el Barça. En los domingos grandes, las peñas parten en tren a los estadios de la ciudad condal. Frente al punto de reunión de los porristas, hay una pastelería donde un culto repostero lee con cierto rubor las historias de Bolaño. “Yo también fui joven, pero esto es demasiado”, comenta ante las sobredosis de sexo, drogas y rock and roll. Sin embargo, no deja de leer. El pastelero de Blanes no es el único que ha sentido la perturbadora carga de los relatos de Bolaño, o Belano, quien recorrió las autopistas y el desierto en el Impala comandado por Ulises Lima.

De acuerdo con la Odisea, el safari de los espejismos termina en casa. Los detectives salvajes es la aventura de un regreso. Roberto Bolaño ha vuelto, para siempre, a la indescifrable realidad que por convención llamamos “México”.














jueves, 5 de julio de 2007

La figura del poeta ausente en Estrella distante

Carlos Almonte













En Estrella distante, Bolaño describe la figura ausente de un poeta (o de la poesía, a secas), que en este caso toma corporeidad en una extraña mezcla de fascismo (un tópico recurrente en Bolaño), violencia y frialdad. Wieder (que según la época, el contexto, el tiempo o la conjugación, significa: otra vez, de nuevo, nuevamente, por segunda vez, de vuelta, una y otra vez, la próxima vez, contra, frente a, para con), es un poeta ligado a la dictadura chilena; una figura inquietante (casi tanto como Tinajero o Raiter, aunque con menos desarrollo), tenebrosa y sanguinaria, que no duda en torturar y/o asesinar, incluso a sus amistades, en pilotear un pequeño avión en las peores condiciones para estampar sus poemas en el cielo (un evidente tufillo a Raúl Zurita se adivina acá), en exponer, con detalles, el horror ante las mismas fauces de sus causantes militares, o en desaparecer del mundo para siempre (como ocurre también con Tinajero y Raiter).

Wieder se transforma en una figura mítica no porque lo busque; su actuar apunta en dirección contraria, hacia la insensibilidad, hacia la desaparición. Más bien son sus compañeros de taller literario (los mismos que lo odiaron por su éxito con las mujeres o por su singular talento, arrojo y valentía), los encargados de elevar sus dotes hasta llegar a convertirlo en personaje.

Tal vez Bibiano, amigo ya lejano del sujeto narrador (alter ego innegable de Bolaño), es el que desenmascara una de las claves más interesantes en la narrativa del autor chileno, cual es la figura del poeta (o narrador, en el caso de Raiter) al que es necesario buscar, ya que se ha escondido o alejado entre las montañas, el desierto o un balneario en época no estival. Bibiano le dedica un capítulo entero a Carlos Wieder, en su texto El nuevo retorno de los brujos, y su amigo, el narrador-Bolaño, avecindado ya en España, comenta así la escritura de Bibiano: “intenta no parpadear para que su personaje (el pìloto Carlos Wieder, el autodidacta Ruiz-Tagle) no se le pierda en la línea del horizonte, pero nadie, y menos en literatura, es capaz de no parpadear durante un tiempo prolongado, y Wieder siempre se pierde”.

Wieder ha desaparecido. Luego de sus piruetas en el aire, de su poesía fragmentada, de las muertes provocadas y del fiero enrostre que realiza ante sus superiores jerárquicos, desaparece. Es buscado en Chile y en el extranjero. Su pista aparece, débilmente, en Italia, Alemania o Sudáfrica. Muchos lo buscan, pero nadie lo encuentra. Tiene seguidores y detractores. Sin embargo, al cabo de un tiempo, la mayoría termina olvidándolo. El creador poético (aunque acá propulsor sería más adecuado) se ha esfumado para siempre. Algunos llegan a la conclusión de que ha muerto y, latidos más o latidos menos, son éstos los que tienen la razón. El narrador-Bolaño demuestra su obsesión y, a partir de un trabajo por encargo, busca a Wieder (sus huellas, sus señales) en revistas de literatura de toda Europa y de las tendencias más variadas: satanismo, nacionalsocialismo, fascismo y literatura de vanguardia, entre otras. Hasta que encuentra una pista, un pequeño destello que indica el estilo (apenas inconfundible) del poeta-fascista chileno Carlos Wieder.

La escena del balneario revela un profundo dramatismo. El peso de la carga histórica presente aquella tarde, en aquel café de la costa mediterránea, podría hundir un barco. El pueblo casi deshabitado. Algunos pescadores en el mar. Los reflejos en el vidrio. La obra completa de Bruno Schulz sobre la mesa (no olvidar, como referencia, el asesinato que pone fin a la vida del escritor polaco Bruno Schulz en 1942, así como su novela desaparecida supuestamente en manos de la KGB). La llegada de Wieder, el poeta fascista. La extraña pareja que camina por el balneario al atardecer. Un ajuste de cuentas (incluso con la historia de Chile). La separación. La despedida. El silencio.

Wieder traicionó a los integrantes del taller, a sus compañeros de armas, e incluso a sus amigas, las hermanas Garmendia, a quienes las embauca con sonrisas y encantos sociales. Por otra parte, el sujeto-narrador acepta rastrear a Wieder a cambio de dinero y jamás, sino hasta muy al final, siente remordimiento de la entrega de su ex compañero de letras. El narrador encuentra a Wieder, viaja hasta el pueblo, lo reconoce visualmente, y le confirma al policía su identidad. Su participación es terrible y efectiva, y su categoría es única e incontrarrestable: él es quien entrega a Wieder, configurando la doble traición. Wieder en su calidad de colaborador-desertor a la dictadura; el sujeto-narrador en su calidad de justiciero. Los soportes valóricos y éticos, que sustentan una u otra acción, son discutibles y relativos. Tal vez Bolaño haya querido expresar el supremo estado de delirio, presión, asco y podredumbre existencial al que nos conduce el habitar bajo un estado opresor. Y lo consigue.

“Carlitos Wieder veía el mundo como desde un volcán, señor, los veía a todos ustedes y se veía a sí mismo como desde muy lejos, y todos, disculpe la franqueza, le parecíamos unos bichos miserables”. Y en estas palabras, de un compañero de Wieder en la Fuerza Aérea, que reflejan su profunda inhumanidad, nos reflejamos finalmente todos, dictadores y vencidos, policías y escritores, locos y presidiarios. Nadie escapa al horror cuando es poder de Estado, parece ser la conclusión. Y sólo es posible la justicia a medias, en un acto demencial y traicionero por esencia, que enferma y revela el lado más perverso, incluso de quienes parecieron mantenerse a salvo, a flote, limpios.
















martes, 3 de julio de 2007

“Uno siempre termina arrepintiéndose de todo”. Entrevista a Roberto Bolaño

Luis García, España, abril 2001



Quisiera poder quedar con él, pero me es imposible. Quisiera poder decirle que le conozco literariamente desde hace casi veinte años, en concreto desde que un día entrara en la Librería Morgana de Oviedo, una de esas pequeñas librerías que suplantan fondo editorial por culto literario, y me hiciera con un ejemplar de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, (Premio Ámbitu Literario de Narrativa 1984), una novela negra, negra, escrita en colaboración con Antoni García Porta. Quisiera poder decirle que no me extrañó que se alzara con el Premio Herralde de novela por Los detectives salvajes, ya que la carrera literaria de Roberto Bolaño, si bien había comenzado a mis ojos a comienzos de los ochenta, está plagada de éxitos (Premio Ciudad de Alcalá de Henares 1992, con La pista de hielo). Las comparaciones con el otro chileno exiliado ilustre son inevitables, pero tampoco vienen a cuento. Ahora, presenta dos nuevas obras, Nocturno de Chile, Editorial Anagrama, novela con el trasfondo del Chile actual (sic), y Tres, un curioso poemario editado por El Acantilado que no ha pasado desapercibido para casi nadie.



Premio Herralde de novela con Los Detectives salvajes, pero pocos le recuerdan en sus comienzos con aquella obra coescrita con Antoni García Porta Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. ¿Cómo recuerda aquellos inicios?
Con una alegría un poco insana. Por aquella época trabajaba en Roses, a medio camino entre Figueras y Cadaqués, aunque mi vida no tenía nada de glamour, sobre todo si entendemos la palabra glamour tal como la entienden y la ejemplifican esos cientos de exiliados latinoamericanos, sobre todo aquellos que se dedican al arte o al espectáculo (de hecho, dudo mucho que sepan la diferencia entre arte y espectáculo). Digamos que entonces yo trabajaba vendiendo bisutería, es decir que tenía mi pequeño negocio. Los mediodías solía ir a bucear a una escollera del puerto en donde aún era posible ver pulpos. Cuando los pulpos me veían se alejaban y yo los seguía, sin tocarlos, durante un buen trecho. Por las noches, después de contar las ganancias y las pérdidas del día, y anotarlas en un cuaderno muy grueso, me ponía a escribir, tirado en el suelo (no tenía mesa) y a veces pensaba en el ojo del pulpo que había visto ese mediodía y todo me parecía magnífico. Si no hubiera sido víctima de una estafa, probablemente aún seguiría en el mismo negocio.

¿Se siente cómodo en su papel de triunfador? Es decir, ha pasado en veinte años de ser un escritor marginal a ganar el Herralde de Novela y después el Rómulo Gallegos con la misma obra. Le repito: ¿cómo se siente en dicho papel?
No creo en el triunfo. Nadie, con dos dedos de frente, puede creer en eso. Creo en el tiempo. Eso es algo tangible, aunque no se sabe si real o no, pero el triunfo, no, de ninguna manera. En el campo de los triunfadores uno puede encontrar a los seres más miserables de la tierra y hasta allí yo no he llegado ni me veo con estómago para llegar.

¿Qué hace un chileno como usted en la costa gerundense? ¿Qué le decidió a quedarse allí?
Me gusta este lugar. Supongo que si viviera en otro sitio, también acabaría acostumbrándome a él y viviendo más o menos feliz. Mi familia paterna, por otra parte, es una familia de emigrantes, mi abuelo era gallego y mi abuela catalana. Mi padre, que nació en Chile, se ha convertido en un mexicano. Mi familia o parte de ella es de clase obrera, y la clase obrera sólo necesita un pequeño empujoncito para dejar de creer en la patria, que es un invento burgués, y cuando digo burgués estoy pensando tanto en la burguesía francesa como en la burguesía soviética o la burguesía china. Por otra parte tengo que aceptar que estoy casi siempre en contra de la mayoría y la patria es el lugar en donde la mayoría (los compatriotas) impone con mayor persuasión sus dogmas y sus castigos y sus premios.

¿Se siente heredero del boom, o se identifica más con la generación del crak, usted que también pasó y se quedó un tiempo en Méjico?
No, no, no me siento heredero del boom de ninguna manera. Aunque me estuviera muriendo de hambre no aceptaría ni la más mínima limosna del boom, aunque hay escritores muy buenos, que releo a menudo, como Cortázar o Bioy. El boom, al principio, como suele suceder en casi todo, fue muy bueno, muy estimulante, pero la herencia del boom da miedo. Por ejemplo, ¿quiénes son los herederos oficiales de García Márquez?, pues Isabel Allende, Laura Restrepo, Luis Sepúlveda y algún otro. A mí García Márquez cada día me resulta más semejante a Santos Chocano o en el mejor de los casos a Lugones. ¿Y quiénes son los herederos oficiales de Fuentes? ¿Y de Vargas Llosa? En fin, corramos un tupido velo. Como lectores hemos llegado a un punto en donde, aparentemente, no hay salidas. Como escritores hemos llegado literalmente a un precipicio. No se ve forma de cruzar, pero hay que cruzarlo y ese es nuestro trabajo, encontrar la manera de cruzarlo. Evidentemente en este punto la tradición de los padres (y de algunos abuelos) no sirve para nada, al contrario, se convierte en un lastre. Si no queremos despeñarnos en el precipicio, hay que inventar, hay que ser audaces, cosa que tampoco garantiza nada.

Suele escribir historias crudas, que resultan de difícil digestión. ¿Qué le deben sus novelas a la vida?
Todo. No hay nada que no le deba todo a la vida.

¿Y su poesía? ¿De quien se siente heredero?
Una obra poética suele ser el resultado de una biblioteca y de una vida, de los saltos y sobresaltos de esa vida. En ese sentido es inútil nombrar a uno o a diez poetas, son miles, y su influencia, por otra parte, siempre es relativa, está condicionada por la aventura. Cuando digo aventura no sólo quiero decir viajes y riesgos sino también enfermedades, amistades, hechos mínimos y cotidianos, y la amistad, por supuesto, que es lo único que queda de la época en que los hombres eran dioses y los dioses hombres. Bueno, no, también queda el amor, pero el amor tiene la vista un poco más delicada.

¿Cómo ve la reciente poesía española usted que ha participado en algunas Jornadas Poéticas de esas que tanto gustan a los amantes del folclore y de la diatriba?
Para mí la poesía nueva española es, todavía, Leopoldo María Panero y Pere Gimferrer. La verdad es que la obra de Gimferrer me interesa muchísimo, toda la obra de Gimferrer, no sólo la estrictamente poética. También me gusta Miguel Casado, un poeta que pareciera buscar la invisibilidad, aunque lo que realmente busca es la precisión. Cierto que a veces invisibilidad y precisión son la misma cosa.

Leí en alguna entrevista suya, que hubo un momento en que se convirtió en un profesional de los concursos literarios. De hecho, su leyenda mantiene que tenía en ellos una forma de supervivencia. ¿Qué hay de cierto en ello?
Es estrictamente cierto. Participaba en todo tipo de concursos literarios para ganar dinero. Por lo tanto enviaba mis poemas y mis dos únicas novelas a cuanto concurso se ponía a tiro. Todos terminaron ganando algún premio y algunos más de dos (con títulos distintos, por cierto). Digamos que fue una actividad alimenticia. Escribí un cuento sobre este asunto, «Sensini», que aparece en «Llamadas telefónicas», en donde ponía punto final a esta etapa, que fue básicamente melancólica pero que también tuvo momentos de gran expectación que luego no he vuelto a vivir, pese a ganar algunos premios de los llamados importantes, tanto en España como en Latinoamérica.

Sus libros adolecen de cierto trasfondo político irrenunciable. (No podría ser de otro modo viniendo de alguien que fue acusado de terrorista en su país, y que se considera un exiliado). Pero, ¿a qué se debe que no participe activamente en España en movimientos sociales como lo hace por ejemplo Luis Sepúlveda?
Bueno, a mí cuando me detuvieron en Chile me acusaron de «terrorista extranjero», porque mi acento era mexicano. Lo sentí como una medalla. Lástima que esa medalla no duró demasiado tiempo. El teniente de carabineros que me detuvo, en un control de carretera, era claramente un esquizofrénico y probablemente nadie le hacía caso. En algunas publicaciones alemanas he leído, con estupor, que estuve medio año preso. En realidad sólo fueron ocho días. Con respecto a participar en movimientos sociales, no tengo idea en qué clase de movimientos sociales participa Luis Sepúlveda, pero seguro que a mí no me dejarían entrar a ese club. Ni a ese club ni a ningún otro. Así que podría decir que no participo por cortesía, por delicadeza, para evitarles el mal trago de mi más que segura expulsión. O dicho en otras palabras: que se ocupen ellos de esa política que yo ya tengo bastante trabajo con ocuparme de la literatura y de mi política. Una última puntualización: yo jamás me he sentido un exiliado en España, como tampoco me sentí un exiliado en México, ni en Centroamérica, ni en ningún otro lugar en donde se hablara español.

La historia de unir sesiones de tortura y reuniones literarias en Nocturno de Chile, tiene un componente ciertamente grotesco. ¿Cómo se le ocurrió como elemento literario?
Esa historia es cierta y además del dominio común, aunque hasta hace relativamente poco nadie hablara públicamente de ello en Chile. Hubo una escritora que celebraba reuniones literarias en su casona de Santiago, mientras su marido, un norteamericano, el tipo que puso la bomba en el coche de Letelier en Estados Unidos y uno de los que asesinaron a Prats en Buenos Aires, torturaba a sus prisioneros en los sótanos de esa misma casa. Por supuesto, los que asistían a las veladas literarias desconocían aquello que sucedía en los sótanos.

No deja de ser ciertamente curiosa la comparación...
No, si uno lo piensa bien, no es tan curiosa. La literatura, sobre todo en la medida de que se trata de un ejercicio de cortesanos o que fabrica cortesanos, de cualquier especie y de cualquier credo político, siempre ha estado cerca de la ignominia, de lo vil, y también de la tortura. El problema está en el espíritu cortesano. Y también, claro, en el miedo.

¿Cree que sería posible establecer un trazabilidad entre todos sus libros, sean estos de prosa o verso?. Es decir, ¿percibe usted algún nexo en común en todos ellos por pequeño que este sea?
Todos mis libros están relacionados. Hablar de esto, sin embargo, es aburrido.

¿Cómo recibió el Premio Herralde?. ¿Era consciente de que Los detectives salvajes podría convertirse con el tiempo en una obra de culto?
Hay dos o tres autores a quienes admiro mucho y que habían ganado el premio Herralde, y en ese sentido para mí fue un honor añadir mi nombre en una lista en donde estaban ellos. Me refiero a Pitol, a Javier Marías y a Pombo. La verdad es que me sentí mucho más contento cuando apareció Estrella distante, en 1996, que fue mi primer libro publicado en Anagrama.

Hubo quien la emparentó con el género negro más ortodoxo. ¿Coincide con ellos?
De ninguna manera. Los detectives salvajes, y ahora que lo pienso, buena parte de mi obra, si no toda, circula, no sé si para bien o para mal, de un género a otro sin mayores problemas. En Nocturno de Chile, hasta donde recuerdo, hay tres: el de terror, la comedia de situaciones y un híbrido de novela de campo y novela gótica.

¿Qué me puede contar de Tres, a mi juicio uno de los libros más curiosos que he leído últimamente?¿Cómo nació?
Tres, como su nombre claramente indica, son tres poemas o tres textos largos, escritos en épocas distintas, el más viejo creo que en 1980, y el más reciente en 1994 o 1995. Lo más que puedo decir de este libro es que, si me ataran a una silla y me obligaran a leerlo otra vez, la cara no se me caería del todo de vergüenza, que ya es bastante. A veces incluso llego a pensar, llevado por un entusiasmo sin duda irracional, que es uno de mis dos mejores libros.

Recuerdo que no tuvo muy buena acogida, como si a usted, un narrador con solvencia, le estuviera negado el adentrase en el terreno de la poesía. Sin embargo, no era un poemario en el sentido estricto, y en todo caso, tampoco hubiera sido el primero.
Los críticos siempre han sido muy generosos con mis novelas y cuentos y sería abusar de su paciencia o de la paciencia del dios de los críticos el exigir o pedir una generosidad similar para mi poesía. No tengo ningún problema en ese aspecto.

¿Qué nos puede contar de esa mastodóntica obra que anunció a bombo y platillo, en la que vuelve al México de Los detectives salvajes a relatar los asesinatos de varias mujeres en Ciudad Juárez?. ¿Para cuando espera terminarla?
En mayo del año 2002 estará terminada y se publicará, si todo va bien, en septiembre u octubre de ese año. Más no puedo decir. Entre otras razones porque sería demasiado largo hablar de ella y demasiado confuso. La novela ya está escrita en mi cabeza, y en esta fase todo parece ir muy bien, la novela parece mucho mejor de lo que realmente será, y seguramente diría muchas tonterías de las que terminaría arrepintiéndome. La verdad es que uno siempre termina arrepintiéndose de todo. De todas las cosas que pudo hacer y no hizo y de todas las cosas que hizo y que pudo haber hecho mejor.














domingo, 1 de julio de 2007

El "testamento" de Bolaño

Àlex Rigola dirige en el Teatre Lliure la adaptación de 2666, la novela póstuma del escritor chileno

"El País", España, 23 de junio, 2007
















Cinco obras en una. Cinco formatos escénicos, de la conferencia al teatro de objetos pasando por la instalación, con una envoltura global y una envergadura pareja a la monumentalidad de la obra original. Así es la versión teatral de 2666 (Anagrama, 2004), el "testamento" literario del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), que se estrena el próximo viernes en el Teatre Lliure de Barcelona. Àlex Rigola dirige este banquete escénico de cinco horas de duración, una de las grandes apuestas del festival Grec, que ha coproducido junto al Lliure y el teatro Cuyàs del Cabildo de Gran Canaria. "Es el proyecto más ambicioso al que me he enfrentado", afirma con rotundidad el director.

Han sido necesarios once meses de trabajo para la adaptación teatral de 2666, firmada conjuntamente por Pablo Ley y Rigola. "Acostumbro a trabajar en solitario, pero esta empresa era tan grande que necesitaba una mirada externa", señala el director. Ambos se han concentrado en podar las historias literarias hasta conseguir llegar a la esencia de los relatos sin traicionar al autor, cuya viuda accedió ilusionada a la teatralización. "Fuimos a verla a su casa de Blanes y nos dijo que apoyaba todo lo que pudiera hacerse para dar difusión a su obra", recuerda Rigola. Ley, por su parte, define la novela como un "banquete literario", cuyo rico universo de "realidad y ficción, fantasía y mentira, conocimiento y ocultación", han intentado trasladar sobre el escenario.

Bolaño escribió su última obra desde la urgencia de quien sabe que el tiempo va en su contra, acechado por la enfermedad hepática que le llevó a la muerte a los 50 años. El resultado fueron 1.119 páginas que no pudo llegar a corregir. Hacerlo le habría supuesto "un trabajo como de minero del siglo XIX", según manifestó él mismo al diario chileno La Tercera poco antes de fallecer.

El montaje respeta la estructura original, que se articula fundamentalmente en torno a dos grandes temas: la relación de cuatro teóricos de la literatura fascinados por la figura de un misterioso autor y, sobre todo, el misterio de los asesinatos de mujeres en Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez. Una arboleda de tramas y personajes, de cuestiones como la violencia, el amor, la muerte, la literatura y la creación que, en opinión de Rigola, convergen en una misma inquietud. "Bolaño intenta inducirnos una mirada sobre nosotros mismos, para que tomemos conciencia de nuestra impermeabilidad ante las crueldades de nuestra sociedad", resume el director.


Para llevar a escena la novela, Rigola ha confiado en su equipo habitual, con un elenco de once actores (Julio Manrique, Andreu Benito, Joan Carreras, Chantal Aimée, Alicia Pérez, Cristina Brondo, Manuel Carlos Lillo, Ferran Carvajal, Félix Pons, Alba Pujol, Víctor Pi) que se reparten los cerca de 40 personajes que aparecen en escena.

Pese a la inhabitual duración del espectáculo, lo han ensayado en tan sólo dos meses. Los actores destacan como algo positivo la tensión a la que les somete la pluralidad de roles. El director, que en algún momento estuvo a punto de tirar la toalla, abrumado por las dimensiones del proyecto, está encantado de haber llegado hasta el final. Pero se confiesa "extenuado". Y piensa actuar en consecuencia: "No volveré a dirigir otro espectáculo hasta dentro de un año y medio".

Durante su estreno en el Grec, 2666 se representará sólo durante cuatro días, hasta el 30 de junio. En noviembre regresará al Lliure para una temporada de tres semanas. Para entonces se habrá visto ya en distintos escenarios españoles, entre ellos Las Palmas, Granada y Madrid. El montaje ha despertado interés en Suramérica, aunque aún no se han concretado actuaciones. De algún modo, el espectáculo ya ha llegado a México de la mano de Rigola. El director viajó hasta Ciudad Juárez para vivir la realidad capturada por Bolaño en su libro y retratarla a su vez en formato fotográfico, en unas imágenes que se exponen como complemento al montaje de la obra.






Fotografía: Àlex Rigola, director de la obra